En el siglo XVIII, las garnachas y cariñenas del Priorat ya se comercializaban en todo el mundo. Los principales mercados, de Europa, pero también de América, valoraban cada racimo de uva que se cultivaba con un esfuerzo y sacrificios casi titánicos.
Las características del territorio, con montañas que esculpen kilómetros de suelos donde la pizarra es la gran protagonista, provocaban que, a veces, los agricultores tuvieran que andar hasta dos horas para llegar a las viñas más altas del Priorat.
A finales del siglo XIX, la filoxera acabó con la vida de buena parte de las cepas del Priorat, generó un importante abandono de tierras y una caída demográfica en los pueblos de la zona que provocó la transformación de su paisaje.
Durante las últimas décadas del siglo XX y primeros años del siglo XXI, los agricultores y nuevos elaboradores, mucho de ellos pequeñas bodegas que retomaban unas raíces familiares vinculadas al Priorat, han ido replantando y cuidando este territorio para que pudiera renacer como región vitivinícola.
Desde ahora y durante las próximas semanas de abril, el estallido de la primavera transforma los campos de viñas del Piorat. Los pequeños brotes verdes estallan en las cepas. Es el retorno a la vida, el inicio de una nueva temporada que, en el Priorat, esperamos con deleite y pasión para una nueva cosecha que nos evoque, una vez más, la esencia de una tierra única.